14 de marzo de 2012

Fragmento de "El infierno en la Tierra" de Stephenie Meyer

[...] ¡Atrapada! ¡Como una idiota, como una cachorra recién salida del infierno, como una novata, como una debutante!.
  Incapaz de resistirse, Sheba se acomodo entre sus brazos. Observo aquellos ojos amarronados y experimento la ridícula necesidad de suspirar.
 ¿Como era posible que no hubiese identificado indicios de lo que iba a ocurrir?
 La bondad rodeaba a aquel chico como si fuera un escudo. Su influencia sobre el se había estrellado sin hacerle mella. Las únicas personas que habían estado a salvo de su malicia -aquellas pequeñas burbujas de felicidad que escapaban a su control- eran las que trataba y tocaba, eran sus amigos.
 ¡Por si solos, aquellos ojos debían haberla puesto sobre aviso!
Celeste había demostrado ser mas inteligente que ella. Por lo menos, sus instintos la habían mantenido apartada de aquel peligroso espécimen. Una vez libre de la intensidad de la mirada de Gabe, había sabido preservar una distancia prudencial. Y además estaban los motivos que habían llevado a Gabe a elegir a Celeste. ¡Estaba claro por que se había sentido atraído por ella!. Las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección.
Sheba se balanceo siguiendo la pulsion que retumbaba en el ambiente, al calor de la protección y la seguridad que le ofrecía el cuerpo de Gabe. Unos finos hilos de felicidad comenzaban a infiltrarsele en su desolado interior.
¡No! ¡Cualquier cosa menos la felicidad!
Si ya comenzaba a alegrarse, entonces otras cosas mas beneficiosas no se harían esperar. ¿Es que no había modo de evitar la horrible maravilla del amor?
No, si una se encontraba en los brazos de un ángel.
Pero Gabe no era un ángel verdadero. Carecía de alas y tampoco era uno de esos bobos angelotes que entregaban las plumas y la vida eterna a cambio del amor humano. Sin embargo, había alguien en su familia que si lo había sido. 
Gabe era una suerte de ángel a medias que, además, desconocía su condición. Si lo hubiese sabido, Sheba lo habría oído en su mente y habría escapado a su divino horror. Pero, como Sheba estaba teniendo ocasión de comprobar, era evidente; podría paladear el aroma de los asfodelos que emanaba de su piel. Además, saltaba a la vista que había heredado los ojos de un ángel, los mismo que deberían haberla prevenido, de no haber estado tan centrada en estrategias perversas.
 Había una razón para que diablesas tan experimentadas como Jezebel desconfiaran de los ángeles. Si para un humano resultaba arriesgado mirar a los ojos a un diablo, mucho mas arriesgado era para un diablo caer embrujado bajo la mirada de un ángel. Cuando un demonio le mantenía la mirada a un ángel durante demasiado tiempo, el demonio quedaba atrapado en los fuegos del infierno hasta que el ángel se diese por vencido de su pretensión por salvarlo.
Porque esa era la misión de los ángeles. Los ángeles salvaban.
Sheba era un ser inmortal, y se quedaría empantanada durante tanto tiempo como Gabe conservara su pretensión de estar con ella.
 Un ángel común habría identificado al instante la verdadera naturaleza de Sheba, y la habría echado de allí si fuese lo bastante poderoso, o la habría evitado en caso contrario. Sin embargo, Sheba tenia una idea exacta de lo que su presencia provocaría a los sentido de alguien con la vocación salvadora de Gabe. Inocente por carecer de una experiencia que necesitaba comprender, la condición maldita de Sheba debía haberlo atraído como el canto de una sirena. 
Impotente, contemplo el hermoso rostro de Gabe y noto que la invadía una oleada de felicidad. Se pregunto hasta cuando duraría aquella tortura. [...]

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